En este artículo vamos a presentar los aspectos principales de la visión del desarrollo entendido en términos de ampliación de la libertad, esto es, de liberación, tal como lo propone Amartya Sen. Aunque el acento estará en el diálogo de dicho enfoque con la mirada económica del desarrollo, en la primera parte presentamos un breve panorama más general.
I.- Algunas raíces intelectuales del enfoque de las capacidades
El enfoque de Sen sobre el desarrollo bebe de un amplio conjunto de fuentes. Él mismo reconoce a menudo que se inspira en Aristóteles, Smith y Marx[1]. También es ampliamente reconocida la influencia de Rawls[2], con quien debate arduamente, y ha sido señalada su deuda con Kant y Stuart Mill[3]. Resumamos algunas de las conexiones.
De Aristóteles, Sen toma la evaluación de la calidad de la vida en términos de lo que uno es y hace. Descarta así explícita e insistentemente lo que uno tiene como criterio para establecer comparativamente mejoras o deterioros en esa calidad. También se distancia de lo que la gente siente sobre su situación, de ahí su discrepancia con los utilitaristas[4]. Ambos deslindes lo llevan a desconfiar de la teoría económica convencional. Respecto de la riqueza, es reiterado el recurso a la expresión de la Ética a Nicómaco: “La riqueza no es, desde luego, el bien que buscamos, pues no es más que un instrumento para conseguir algún otro fin”[5], ubicando así los bienes económicos entre los medios y no entre los fines.
Para Sen, la “capacidad es un reflejo de la libertad para lograr desempeños valiosos. Se concentra directamente en la libertad como tal, en vez de en los medios para adquirirla, e identifica las reales alternativas que tenemos”[6]. Sigue el pensador: “La capacidad representa la libertad de una persona para escoger entre diferentes maneras de vivir”; o también: “La ´capacidad´ de una persona se refiere a las diversas combinaciones de funciones que puede conseguir. Por lo tanto, la capacidad es un tipo de libertad (…) que permite “lograr diferentes estilos de vida”[7]. Como él señala: “El concepto de ´funciones´, que tiene unas raíces claramente aristotélicas, refleja las diversas cosas que una persona puede valorar, hacer o ser”[8].
De Marx hay diversos elementos, pero Sen toma insistentemente la propuesta de “(…) sustituir el dominio de las circunstancias y de la suerte sobre los individuos por el dominio de los individuos sobre la suerte y las circunstancias”, que proviene de La ideología alemana. Es de Smith de quien quizá tome más elementos, pero uno que pone permanentemente de relieve es el relativo a la importancia superior de las capacidades frente a las cosas o a la importancia de éstas según aporten o no al funcionamiento de las personas en sociedad. Es muy repetido el ejemplo de la necesidad de una camisa de lino que, no siendo estrictamente necesaria para vivir, sí lo es para adquirir la libertad consistente en “la capacidad de aparecer en público sin sonrojarse”[9].
II.- Sobre los fines: del desarrollo económico al humano[10]
Esta atención a los fines a partir de lo que la gente es y hace lleva a Sen a deslindar con el mundo de los bienes, incluso en versiones de gran legitimidad social. Por eso, no es fácil tal distanciamiento. Por eso, en este artículo vamos a recorrer el camino de esa creciente distancia.
La manera más común actualmente de evaluar el desarrollo es la que lo hace basándose en la cantidad de cosas, generalmente mercancías, que están disponibles para las personas. El producto per capita es el indicador más simple y principal del grado de desarrollo alcanzado por un país y el ingreso promedio familiar o individual lo es en el caso de las personas.
Así, respecto del progreso económico como aumento de la productividad, entendida como la producción de mayor cantidad de bienes por unidad de esfuerzo humano, el “enfoque de las capacidades” recordará que dicho aumento no es la etapa final del análisis, porque un paso capital es el que se pregunta por el uso y el efecto de esos bienes en términos de libertades, esto es, de ampliación de las oportunidades existentes para escoger maneras valiosas de vivir. Las preguntas como: ¿cuántas cosas produce el ser humano con su esfuerzo? colocan las actividades, en este caso laborales, de las personas como medio y a las cosas como fin. Las personas son en este escenario principalmente productores. El subdesarrollo consiste en la reducida producción para el trabajo realizado. La pobreza corresponde con la situación en la que el esfuerzo rinde poco resultado. Poca tierra, tecnología obsoleta, escasa educación abonan a esa limitación de resultados. El pobre, trabajador, debe sudar mucho para ganar un poco de pan.
En segundo lugar, es común recordar que el progreso económico de los países no consiste sólo en un crecimiento del producto más rápido que el de la población sino que hay que distribuir cada vez mejor entre la población el resultado de la actividad productiva. Sin duda, se trata de un objetivo sumamente importante y uno de los principales en América Latina, dada la excepcional desigualdad en la distribución del ingreso que la caracteriza. Para Sen, la pregunta sobre la repartición no es tampoco la final cuando se quiere evaluar el progreso. La razón es que tal pregunta siempre se basa en las cosas y no suficientemente en las personas y su actividad. Poseer las cosas de manera más igualitaria no agota los interrogantes sobre la calidad de vida de las personas, por la misma razón que en el caso de la productividad. En este caso, las personas son receptoras de un resultado de la actividad económica y de las reglas de su distribución. En la medida en que ese resultado es medido en términos de cosas, la atención sigue centrándose en ellas, aunque las personas involucradas en este asunto sean ya no trabajadores sino gente con cierto derecho a recibir una parte del producto, aunque no sea trabajadora. De ese modo, las fuentes del derecho a los productos generados se amplían. Los ancianos, los niños, los presos, los enfermos, quienes cumplen funciones reconocidas como valiosas por la sociedad, aunque no sean propiamente productivas, merecen una parte adecuada de los resultados del trabajo. El desarrollo económico que incluye explícitamente esta dimensión distributiva da lugar a lo que se denominó “crecimiento con redistribución” y en esta época sigue siendo una manera de llamar la atención sobre los mecanismos de la competencia mercantil contrarios a la equidad distributiva y de cuestionar el desinterés en la redistribución. En cualquier caso, el ser humano merece consideración por ser tal, independientemente de su función económica. La pobreza que interesa en este caso es la denominada “relativa”, ya que se define en términos de la comparación entre lo que reciben diferentes personas o estratos de la sociedad. Este criterio para medir el progreso es especialmente utilizado en países relativamente ricos, donde la incidencia de la pobreza se determina comparando los ingresos de las personas con el ingreso promedio de los países correspondientes y contando a quienes están en un porcentaje (por ejemplo, 30%) por debajo de dicho promedio.
Pero la manera de entender el desarrollo económico en perspectiva humanista da un paso más cuando se introduce la problemática de las “necesidades básicas”. En este caso, la pregunta ya no es simplemente cuánto se produce y cómo se reparte, sino que se añade la inquietud por la suficiencia de lo que cada persona recibe. Ello es necesario porque podría aumentar la productividad y repartirse mejor el resultado, pero, aun así, el ingreso puede no alcanzar para que la familia sobreviva, como se comprueba en países muy pobres. La pobreza de la que se habla en este caso es la “absoluta”, esto es, aquella que impide cubrir ciertas necesidades que dependen muy poco de cómo otros las satisfagan. La desnutrición es un problema cuya magnitud se evalúa comparando la ingesta de las personas con los requerimientos de esas mismas personas y no de otras.
Esta manera de evaluar el progreso coloca al ser humano de otra manera en el proceso de desarrollo, porque, como acabamos de indicar, la economía está obligada a dialogar con los nutricionistas para establecer los mínimos o valores adecuados de ciertas necesidades humanas. Si, en el caso del Producto per cápita o en el de la distribución, el progreso consistía en aumentar los bienes producidos o en repartir mejor esos bienes, en el enfoque de las necesidades básicas estamos no sólo ante cambios sino ante requerimientos que, en el caso de la nutrición, dependen en gran medida de la naturaleza humana. No basta mejorar, hay que llegar a estar bien. Ser pobre en este enfoque es, pues, carecer de los bienes indispensables para vivir.
La naturaleza de esos bienes es, por supuesto, muy amplia. No se trata solamente de comida. Es ya clásica, y la mencionamos arriba, la referencia de Sen a Adam Smith y a su ejemplo sobre la necesidad de las camisas de lino para no pasar vergüenza en el mundo de hoy. Esa vergüenza es una pieza clave para entender que no se trata simplemente de cubrir una necesidad material sino de la manera de desempeñarse (funcionar) en sociedad con la ayuda de, en este caso, la camisa.
Desde el enfoque de Sen, un problema con esta perspectiva, y con las anteriores con mayor razón, es que sigue quedándose en el mundo de los bienes y no termina de colocar en el centro de la preocupación a las personas mismas. Aun así, se dirá que la evaluación del progreso humano en términos de la satisfacción de las necesidades básicas corre el riesgo de colocar al ser humano en un estatus de paciente y no de agente, de receptor de atención y no de responsabilidad. Y este aspecto resulta crítico para dar el siguiente paso en la visión del desarrollo y en la crítica a sus enfoques económicos.
En su diálogo con la economía, el enfoque de las “capacidades” consiste en la inversión de la pregunta, que corresponde con la perspectiva basada en el aumento de productividad. Si en ésta la actividad humana, laboral, es un medio y las cosas son el resultado, en cierto sentido final, en el otro son claramente un medio para la libertad. Una pregunta a la vez complementaria y contraria en ese diálogo sería: ¿cuánta actividad logran las personas con las cosas que tienen? En los términos de Sen, el valor de las cosas se basa en “lo que la gente puede hacer con estos bienes y servicios”[11], no en las cosas mismas. De ese modo, dice Sen, se evita lo que Marx llamó “el fetichismo de las mercancías”. Las mismas cosas pueden, en efecto, dar lugar a muy distinta capacidad de desempeñarse en la vida si se es anciano o discapacitado o si se es joven o no se sufre de discapacidad. El mismo alimento puede facilitar la actividad humana de maneras desiguales si se sufre de parasitosis o si se procesan los alimentos con normalidad. Además, no es lo mismo estar igualmente nutrido siendo libre o siendo esclavo. El acceso a las cosas, por lo tanto, no es un indicador suficiente de cómo se desempeñan efectivamente las personas.
Desarrollar es, pues, ampliar la capacidad de las personas para evitar el hambre, la enfermedad atendible, la ignorancia, la inseguridad vital. La calidad de la vida consiste en estar alimentado, pero también en haberlo hecho escogiendo la particular manera de hacerlo, por ejemplo, el tipo de canasta escogida o el ritual social. El mero hecho de estar o no suficientemente alimentado no diferencia al ser humano del animal, y el enfoque de las capacidades pone, como ya hemos indicado, un gran acento en la libertad como signo distintivo de lo humano. Esta libertad se destaca más en los casos en los que la necesidad humana es menos imperiosa que en las situaciones de hambre como, por ejemplo, en el caso de la educación. No sólo se trata de una necesidad “superior”, sino que la capacidad para educarse depende de la oferta de servicios educativos existentes, pero también de la decisión de educarse. Es tan real esta última libertad que, paradójicamente, dada la importancia de la educación para las personas y para el futuro de los países, el Estado la convierte en obligatoria hasta ciertos niveles. Algo parecido sucede con la oferta y la demanda de servicios de salud.
Las capacidades, como indicamos arriba, son un tipo de libertad “para” que apuntan a desentrañar y comparar las reales opciones que tienen las personas para desempeñarse (funcionar) en la vida de maneras valiosas y que tienen razones para valorar. Un país subdesarrollado es, entonces, aquél en el que las personas tienen muy pocas opciones para desempeñarse en la vida de la manera que su vocación, sus habilidades, el reconocimiento social que desean, su necesidad de sostener a la familia, etc. las y los habrían guiado. Un pobre es alguien que sufre privaciones de libertad, sea porque vive bajo alguna relación opresiva, sea porque sufre de enfermedades o discapacidades, sea porque la sociedad discrimina a quienes son como él, etc. En ese sentido, la pobreza material, si bien es una causa de carencias de libertad, es también el resultado de limitaciones graves a la libertad humana. La falta de libertad es así tanto una causa de otras carencias como una consecuencia de éstas.
Más allá de ese diálogo con la economía convencional, que suele centrarse en el acceso a las cosas materiales, la pregunta de fondo es, por supuesto, más amplia y toma en cuenta, por un lado, lo que las personas son y hacen en el conjunto de su vida y no solamente en la actividad laboral o de intercambio comercial y, por otro, no se consideran en cuanto medios sólo las cosas sino que también son vistos en términos instrumentales toda clase de recursos, derechos, instituciones, etc. que contribuyen a y limitan la libertad humana.
Lo anterior no implica, ni por asomo, que la economía, el mundo de la producción, distribución y consumo de bienes no sea sumamente importante para el progreso humano, pero sí que su estatus, en cuanto mundo de los bienes, de las mercancías, es el de proveedora de medios y no de resultados finales útiles en sí mismos para evaluar la calidad de la vida y su progreso.
Viendo el conjunto de estos cuatro enfoques, el ser humano pasa “gradualmente” de ser un medio de producción de cosas a ser alguien con derecho a recibir una parte alícuota del producto; de ahí pasa a ser alguien que tiene derecho a las cosas necesarias para vivir y, finalmente, a alguien que, en parte gracias a todo lo anterior, es agente de su propio destino.
III.- La utilidad práctica del cuestionamiento de los fines
La crítica a las concepciones del desarrollo basadas en el acceso a los bienes y servicios que se expresan en el PIB per capita tiene consecuencias prácticas importantes. Por ejemplo, la discusión deja de girar exclusivamente en torno a los “cómo” lograr cosas cuyo valor está fuera de discusión y se añade la importante pregunta sobre el “qué” hacer. El cuestionamiento de los fines no sólo sirve para poner por delante lo verdaderamente importante al momento de evaluar los progresos en el proceso de desarrollo, sino que también cambia la gama de medios relevantes y eficaces. Los medios adecuados dependen en buena medida de los fines que se establezcan.
Es común afirmar que la extrema pobreza en términos de ingresos constituye una trampa que impide el progreso económico. Es una afirmación discutible, pero lo que sí se puede comprobar es que esa situación de pobreza absoluta y de injusticia no impide siempre el progreso humano en aspectos importantes. Unos pocos ejemplos de casos extremos darán cuenta de esa posibilidad. En el año 2009, el PIB/cap de Chad era 1.300 dólares y el de Tanzania prácticamente el mismo, 1.363, sin embargo, las tasas de analfabetismo eran 66,4% y 27,1% respectivamente[12].
En países no tan extremadamente pobres como Marruecos, con un PIB/cap de 4.494, se registra una tasa de analfabetismo de 43,9%, mientras que Samoa, con 4.405, logró bajar esa tasa a 1,2%. Muchos otros ejemplos de similar contraste pueden mencionarse.
Algo similar se registra en mortalidad infantil en menores de cinco años. Entre los más pobres del mundo, Etiopía, con 934 dólares per capita, logró una tasa de 104 por mil, mientras Madagascar, con 1.004, registraba 58 por mil. El Congo, con 4.238, tenía una tasa de mortalidad de 128 por mil, cuando Vanuatu, con 4.438 lograba 16.
¿Qué nos dice esa información? Que hay países con similar y bajísimo ingreso promedio que tienen logros muy diversos. En otros términos, la limitación económica no es fatal para el progreso en dimensiones críticas de la vida; en este caso, nada menos que la supervivencia y la capacidad de interacción por medio escrito. La más flagrante injusticia económica no impide avanzar en la lucha contra la injusticia en otras dimensiones de la vida.
La discrepancia entre la historia que cuentan los indicadores económicos y los propios del desarrollo humano es materia de reciente interés por parte de historiadores[13]. En sentido contrario: “El caso de la década de la Gran Depresión es aún más paradójico. Entre 1931 y 1939 las tasas estadounidenses de desempleo oscilaron mucho, pero sin pasar nunca del 36%. De hecho, durante la mitad de este periodo, las tasas de desempleo oscilaron entre un 20 y un 25%. Sin embargo, la esperanza de vida se incrementó en cuatro años entre 1929 y 1939, y la estatura de los varones que alcanzaron la madurez durante ese periodo se incrementó en 1,6 centímetros”[14].
Sin ir tan atrás, en América Latina, durante la gran crisis de la deuda externa que redujo la producción per capita en casi todos los países, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que expresa logros en educación, esperanza de vida e ingreso mejoró en todos ellos. Por ejemplo, entre 1980 y 1990, Venezuela redujo su PIB/cap en 28%, mientras que su IDH aumentaba 3,6% de un índice de 0,731 a otro de 0,757. Durante esa década, esta relación inversa ocurre en casi todos los países latinoamericanos.
Desde el interés por los programas sociales resulta importante ser cuidadosos con los indicadores seleccionados para focalizar la atención en quienes requieren atención especial por la gravedad de sus carencias. La selección de los pobres a atender es bastante distinta si se usan indicadores económicos o de desarrollo humano. Una manera de hacerlo deja fuera del foco a muchos que merecerían atención e incluye a muchos que no deberían recibir apoyo. Por ejemplo, en el Perú, el 21% de los niños desnutridos no era pobre desde el del ingreso, 66% de los niños pobres de ingreso no eran desnutridos[15].
Esperamos haber mostrado la conveniencia de ser cautelosos, por decir lo menos, respecto de la aproximación económica al problema de la calidad de la vida de las personas.
IV.- Una extensión
En un anterior trabajo hemos establecido las similitudes de esta propuesta de “desarrollo como libertad” que plantea Sen con la que Gustavo Gutiérrez avanzó a comienzos de los años 1970. En Teología de la liberación se lee: “Este enfoque de tipo humanista intenta colocar la noción de desarrollo en un contextomás amplio: en una visión histórica, en la que la humanidad aparece asumiendo su propio destino. Pero esto lleva justamente a un cambio de perspectiva, que […] preferiríamos designar con el término liberación”[16]. Para este autor, “la cuestión del desarrollo encuentra […] su verdadero lugar en la perspectiva más global, más honda y más radical de la liberación; sólo en ese marco el desarrollo adquiere su verdadero sentido y halla posibilidades de plasmación”[17]. La convergencia de estas búsquedas está sintetizada en esos textos y abre terrenos comunes para un diálogo fructífero.
* El autor agradece la revisión editorial de Andrés Gallego.
[1] Por ejemplo: “En escritos previos he comentado la relación del enfoque sobre la capacidad con algunos de los argumentos utilizados por Adam Smith y Carlos Marx. Sin embargo, las relaciones conceptuales más importantes parecen ser las vinculadas con la noción aristotélica de bien humano”. Sen, Amartya, “Capacidad y bienestar”, en: Sen, Amartya y Martha Nussbaum, La calidad de vida, Fondo de Cultura Económica, México 1996, p. 74.
[2] Esta relación cubre buena parte del libro de Amartya Sen, La idea de la justicia, Madrid 2010.
[3] Para una exhaustiva visión de la influencia de esos tres autores, ver: Sánchez Garrido, Pablo (2008) Raices intelectuales de Amartya Sen. Aristóteles, Adam Smith y Karl Marx, Centro de estudios políticos y constitucionales, Madrid, 2008. Para una brevísima discusión sobre el nexo con los últimos, véanse las páginas 22-25 de la misma obra.
[4] A propósito de las sensaciones respecto del bienestar, Sen reitera a menudo la existencia entre los pobres de una adaptación subjetiva a las circunstancias, lo que les permite a menudo un gran disfrute de minúsculos logros o posesiones y una adaptación, a la baja, de las preferencias. Uno de los textos tempranos sobre el deslinde con las perspectivas utilitaristas es: Sen, Amartya, The Standard of Living, Cambridge University Press, Cambridge 1985.
[5] Sen, Amartya, Desarrollo y libertad, Planeta, Buenos Aires, 2000, p. 30. En inglés, el título es más explícito: Development as Freedom, Anchor Books, Nueva York, 1999.
[6] Sen, Amartya, “Development as capability expansion”, en Journal of development planning, Num 19, Nueva York 1989, p. 44.
[7] Sen 2000, op.cit., pp 99-100.
[8] Sen 2000, op.cit., p. 99.
[9] En inglés, este último término nos parece más fuerte, shame. Sen 2000, op.cit., p. 98.
[10] Tomamos en esta sección el esquema y bastantes de los temas de “Goods and People”, ponencia presentada en el VII Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Economía, que tuvo lugar en Madrid en1983. Publicado en Sen, Amartya, Resources,Values and Development, Harvard University Press, Cambridge, 1984.
[11] Sen, 1984, op.cit., p. 510.
[12] Estos son datos del PIB depurados por la diferencia en el poder adquisitivo del dinero en distintos países. Ver estadísticos de PNUD.
[13] Tras recordar cifras de Inglaterra, Fogel, Premio Nobel de Economía e historiador, pregunta: “¿Y qué decir de las condiciones de los trabajadores de Estados Unidos cuando, entre 1820 y 1860, los salarios reales se mantenían constantes o subían a veces rápidamente, pero la estatura y la esperanza de vida disminuían?” Fogel, Robert W., Escapar del hambre y la muerte prematura 1700-2100, Europa, América Latina y el Tercer Mundo, Alianza editorial, Madrid 2009, p. 62. La explicación estaría en la relación positiva entre crecimiento y enfermedades contagiosas que se difunden con la migración y la densificación de las ciudades.
[14] Fogel op.cit., p. 65. En el siglo XIX, la desigualdad de ingresos en Inglaterra se habría mantenido, pero la desigualdad en datos biomédicos aumentó. Ver Fogel, op.cit., p. 64.
[15] Stewart, Frances, Ruhi Saith, Susana Franco y Bárbara Harrisa-White, “Alternative Realities? Different Concepts of Poverty, their Empirical Consequences and Policy Implications: Overview and Conclusions”, en Stewart, Frances, Ruhi Saith y Bárbara Harris-White, Defining Poverty in Developing World, Palgrave Macmillan, Houndmills y Nueva York, 2007, p. 221.
[16] Gutiérrez, Gustavo, Teología de la liberación. Perspectivas; Centro de Estudios y Publicaciones, Lima, 1971. Tomado de: Iguíñiz Echeverría, Javier M., Desarrollo, libertad y liberación en Amartya Sen y Gustavo Gutiérrez, Centro de Estudios y Publicaciones, Fondo editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú e Instituto Bartolomé de las Casas, Lima 2003, p. 17.
[17] Iguíñiz, op.cit., p. 17-8.
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