LA TIERRA ES NUESTRA CASA COMÚN Y TODOS SOMOS HERMANOS (EG 183)
José Ramón Ibeas Larrañaga
Teólogo
Vitoria-Gasteiz, 25 de septiembre de 2023
“La bondad y la gratuidad deben ser la fundamentación de esa interrelación en lo referido al ser humano y la creación.”
Cuando en el año 2015 presenté mi master en la Universidad Pontificia de Salamanca, que versó sobre “La responsabilidad como elemento transversal de la DSI”, apunté, en su conclusión, a tres carencias, tres temas presentes, pero todavía no suficientemente sistematizados: La globalización; la solidaridad intergeneracional y la crisis ecológica. Hoy debo decir que el pontificado de Francisco ha supuesto un gran paso en la reflexión de la Iglesia en torno a estas cuestiones y en particular la tercera, la ecología.
La DSI ya había tratado someramente estos temas, así por ejemplo, Pablo VI en su mensaje a la Conferencia de Naciones Unidas en Estocolmo en 1.972, al afirmar “el hombre y su ambiente natural son inseparables”; al igual que Juan Pablo II que utilizó en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1.990 la expresión “conciencia ecológica” o veinte años más tarde en 2010 cuando Benedicto XVI hacía referencia al “cambio climático que atenta al derecho a la vida, a la alimentación, a la salud, al desarrollo”.
No estamos pues ante temas novedosos cuanto a la novedad a la hora de tratar los temas, han pasado de ser una adición discursiva a ser el centro del discurso. Hay una coincidencia reseñable que tiene que ver con la publicación de “Laudato sí” el año 2015. El cuidado de la creación como preocupación de la Iglesia coincidía en el tiempo con la presentación, por parte del Consejo de Naciones Unidas, y su aprobación, de la agenda 2030 y los Objetivos del desarrollo sostenible.
Quiero comenzar esta aportación, con una referencia al Sínodo de la Amazonía centrado, según su propia expresión, en el “corazón biológico” de una tierra maltratada al extremo.
Como dice la REPAM, “una tierra consumida por la producción del aceite de palma, azúcar, granos para la exportación y el ganado, … referencias todas ellas a un modelo de consumo que tiene como consecuencia, el consumo del corazón, la vida”. Idea que tiene su referencia en el texto de LS “El ritmo de consumos, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que, el estilo de vida actual, por insostenible, solo puede terminar en catástrofes (recordar Lima), como de hecho ya está ocurriendo en diversas regiones” (LS 161).
Ante esta realidad, el Sínodo Panamazónico lanzó una llamada a la conversión en su doble dimensión: individual y social. Dicho de otro modo, a la responsabilidad personal y comunitaria, que parten de la escucha del grito de la tierra. Recordamos aquí al pueblo, esclavo en Egipto, cuyo grito Dios escuchó. Pues bien, hoy es toda la tierra la que grita y ese grito ha de ser escuchado en clave evangélica y demos trabajar para sumar a esa escucha, a las diversas religiones y culturas que comparten nuestro planeta.
“Laudato Sí” insiste en la centralidad de la conversión, así en su nº 217 afirma que “la conversión ecológica implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las reacciones del mundo que les rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”.
Esta llamada a la ecología integral se inserta en la idea del bien común, del respeto a la dignidad y a los derechos de los seres humanos y de las comunidades que se constituyen en interés general por encima del particular. Son la solidaridad, la equidad, la opción por los pobres, por las mujeres, por la tierra como casa común los pilares sobre los que construir un nuevo tiempo. Citando la Exhortación Apostólica postsinodal Querida Amazonía (QA) podemos añadir “Una conversión personal y comunitaria nos compromete a relacionarnos armónicamente con la obra creadora de Dios, que es la casa común; una conversión que promueva la construcción de estructuras en armonía con el cuidado de la creación; una conversión pastoral basada en la sinodalidad, que reconozca la interrelación de todo lo creado.” (QA nº 9)
La bondad y la gratuidad deben ser la fundamentación de esa interrelación en lo referido al ser humano y la creación. Lo que contrasta con cierta tradición y su interpretación del Génesis capítulo 1, versículo 28: “sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y someterla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que serpea sobre la tierra”.
A lo largo de los años, de esta cita, la teología ha subrayado los verbos “someter” y “mandar”, con una perspectiva de propiedad de uso, de primacía del hombre sobre la naturaleza, lo que ha llevado a una renuncia de la explicita dimensión de bondad y don que sustenta el texto bíblico en su sentido original.
“Nuestra actividad, insisto en qué como movimiento, debe situarse en el apoyo continuado a aquellas actuaciones que promocionan el cuidado de la casa común.”
En el texto que narra la Creación, se repite una expresión según la cual, al contemplar Dios lo creado y en cada uno de los días que sustenta el acto creador se afirma: “y vio Dios que estaba bien”. La lógica del don, de un Dios que crea gratuitamente y la bondad de ese mismo Dios al servicio de las personas son ejes de la decisión creatural. Desde aquí necesitamos, sobre todo en occidente, romper los moldes heredados en nuestra teología clásica que encuentran su raíz en cierto dualismo para el que existe el bien frente al mal, el cuerpo frente al alma, el hombre frente al resto de las criaturas, para construir una teología de la encarnación en la que todo lo creado tiene relación con la promesa de salvación.
La propuesta del Papa Francisco, como síntesis doctrinal de su Encíclicas, Exhortaciones y Mensajes es escatológica. Necesitamos cambiar para salvarnos. Las ciencias, desde su lógica y saber, insisten en esta misma idea desde una perspectiva inmanente y nos dirán que hay que luchar contra el cambio climático para sobrevivir y para que la tierra perdure.
Desde esta idea quiero resaltar la perspectiva, cuasi trinitaria, de la propuesta teológica de Francisco en la que, partiendo de la antropología que desarrolló en (Evangelii gaudium) y continuando por la necesidad del cuidado de la casa común en (Laudato sí), nos sitúa ante la responsabilidad frente al otro, entendido este en su globalidad (Fratelli tutti).
Esta idea se recoge en esta número, el 16 de LS, en la que el Papa argentino insiste en “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”.
Este es el ecosistema y el espacio de responsabilidad que nos propone Francisco a la sociedad en general y a los miembros de un movimiento como Pax Romana en particular. Por ello que quiero finalizar esta, necesariamente breve intervención, con tres propuestas en la línea de lo que históricamente ha sido nuestra actividad como movimiento, sobre todo en este momento en el que nos encontramos ante una crisis global, que va más allá de lo económico, que no solo es ecológica, sino que tiene una dimensión antropológica en cuanto que comprende también lo político y lo económico, en definitiva, lo humano tanto desde una perspectiva ética como desde la reflexión teológica, desde la fe.
Nuestra actividad, insisto en qué como movimiento, debe situarse en el apoyo continuado a aquellas actuaciones que promocionan el cuidado de la casa común. No es fácil hacer propuestas globales cuando vemos por televisión catástrofes naturales como las de Turquía y Perú, guerras con la de Ucrania y las que asuelan desde años a África, o pueblos enteros se ven obligados a desplazarse y abandonar su tierra por la presión de gobiernos poco o nada respetuosos con los derechos humanos como en algunos lugares de Asia. Es por ello porque lo que, además de la enunciación de los principios generales es necesaria la reflexión desde lo local hemos, en un equilibrio que nos permita la convivencia de los espacio locales, como de los movimientos nacionales o regionales, así como los espacios internacionales.
Quiero, para concluir, insistir en el esquema trinitario que he propuesto hace un momento y sobre el que debemos reflexionar para comprender la dimensión de la propuesta de marco teológico que se resume, en afirmación del Papa Francisco: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental”. (Ls139)
En primer lugar, un mundo herido. Son los hombres y las mujeres las que sufren como consecuencia de una economía que mata, que descarta. Una sociedad en crisis y que, como se afirma en el capítulo segundo de EG, genera exclusión, que desplaza a las personas del lugar central que les corresponde para poner en él al dinero. Una situación, que referida al año 2013, en plena crisis económica, lleva al Papa a afirmar debe mover conciencias y también a la Iglesia. Dice Bergoglio: “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. Y hay que comenzar por lo más elemental… ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro» (Entrevista concedida al Observatore Romano el 19 de septiembre de 2013).
En segundo lugar: Un mundo que es nuestra casa común. Una casa que hay que cuidar porque está sufriendo un cambio climático (LS 23-26); perdiendo biodiversidad (32-42); creciendo en contaminación (20-22) también la del agua (27-31), un bien este, que se explota sin tener en cuenta que es un recurso escaso. En esta línea el mensaje del Papa liga con los cinco principios de los Objetivos de desarrollo sostenible impulsado por Naciones Unidas: las personas, el planeta, la prosperidad compartida, la paz y la concordia.
Y tercer elemento, hacerlo desde la posada. Nos pide el Papa Francisco en “Fratteli tutti” (nº66), que miremos el modelo del Buen Samaritano, un modelo para que “la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano. La existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás, la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro”.
Esto será posible con una mirada que permita vislumbrar, más allá de las diferencias, los espacios compartidos que nos permitan, en un mundo globalizado, encontrar los caminos que nos hagan crecer como seres humanos, que nos lleven a descubrir caminos de misericordia y de amor hacia los demás, tal y como el Samaritano muestra en su relación con aquel que no pertenecía a su pueblo, pero que estaba herido. Se hizo cargo de la situación, cargo con ella y se encargó de ella porque reaccionó ante el sufrimiento humano.
Pero lo hizo gracias al posadero, y es que el Samaritano, el sólo no podía. Sí, es cierto que el personaje central de la parábola es el Samaritano que ayuda, lleva a la posada al herido, se queda con él y paga los gastos, pero no es menos cierto que la parábola termina con una solicitud de éste que podemos recoger como una llamada que el evangelio nos hace a todos nosotros en cuanto cristianos y miembros de Pax Romana: “Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al posadero y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta” (Lc 10, 35).
Somos pues los posaderos a los que el Buen Samaritano, Cristo, nos pide el ejercicio de la misericordia, que se plasma en el cuidado de la casa común, poner en el centro de nuestro afán al descartado, al pobre, en definitiva, hacer de nuestro corazón un hospital de campaña. Cómo construir posada es, desde esta propuesta teológica, el reto evangélico a la Pax Romana del siglo XXI.
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