Vivimos un momento importante en la historia del país y del mundo. Un momento de cambios profundos, para algunos similar al que se vivió en el paso del medioevo a la modernidad. La crisis de representación política de la que se habla en estos días, pero también fenómenos tan disimiles como la informalidad la economía o el incremento de la depresión y los problemas de salud mental, serían apenas efectos de esa transición mayor.
Vivimos en el Perú y a nivel global una transformación en la sensibilidad de las personas, que tiene lugar como producto de un cambio en la forma en que la sociedad produce a los individuos. Al analizar los últimos 60 años en Lima, el sociólogo Danilo Martucelli sostiene que aquí “se produce un individuo que siente que tiene que hacerse cargo de sí mismo”. Un individuo consciente de las enormes desigualdades, pero convencido de que no depende del Estado y que, por ello, utiliza todos los recursos a su alcance para alcanzar su bienestar. Para Martucelli, “el individualismo limeño es así una variante, con fuerte personalidad, del individualismo agéntico propio a América Latina”. Si ello es así, y es lo que se intenta sostener en este artículo, esta problemática no es sólo local.
A nivel global, hace años, en su breve historia de la humanidad, el best seller recomendado por Barack Obama, el historiador Yuval Noah Harari hablaba también del proceso de cambios en la condición humana y advertía indicios de una cuarta gran revolución, luego de las “revoluciones cognitiva, agrícola y científica”. Desde otra perspectiva, la de la filosofía política, Byung Chul Han propone una potente lectura que permite ver este momento a escala global, en clave de libertad y con un nuevo sentido del poder. A nivel global, el ser humano se está convirtiendo en una “máquina de rendimiento”, un sujeto emprendedor, que se percibe libre de un dominio externo y solo sometido a sí mismo.
Por eso, Chul sostiene que “vivimos una fase histórica especial” en la que “el sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria”. Desde esta perspectiva, hay también una redefinición del poder. “La crisis de libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega o somete la libertad, sino que la explota… El botón de me gusta es su signo”.
En resumen, a escala global, la manera en la que la sociedad produce a los individuos está transformando el sentido de humanidad y las formas de ejercicio del poder, creando un nuevo escenario para la acción en muy diferentes planos. La práctica desaparición de la “otredad” crea un déficit de humanidad, mucho más importante que el déficit fiscal que preocupa a los economistas.
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