“El funcionamiento sinodal y corresponsable está en el código genético de la Iglesia”
La experiencia de renovación eclesial impulsada por monseñor A. Rouet (1994-2011) en Poitiers fue formalmente desautorizada en 2012 por el sector de la curia vaticana más partidario de defender un modelo de Iglesia marcadamente clericalista que sinodal y corresponsable y, a la vez, más atento al código de derecho canónico que a los criterios teológicos proclamados por el Vaticano II o a las urgencias (evangelizadoras y reorganizativas) que brotan de una sociedad crecientemente secularizada.
Sin embargo, más allá de las dudas que razonablemente se abren sobre dicha descalificación en el actual papado, la de Poitiers es una experiencia de renovación que, con las adaptaciones y correcciones que se estimen oportunas, sigue siendo referencial. De hecho, lo es en las otras renovaciones que también se están llevando a cabo en Francia y en muchas iglesias locales de Europa.
1.- Algunos datos
Los datos históricos son incontestables y, a la vez, muy comunes a los de otras iglesias locales en Europa: la diócesis de Poitiers contaba, hacia la mitad del siglo XX, con unos 800 presbíteros y sus previsiones para finales del siglo XX e inicios del XXI eran de poco más de 200. No tiene nada de excepcional que -en sintonía con el modo de proceder de la gran mayoría de las diócesis francesas- afrontara su futuro y, particularmente, los problemas derivados del envejecimiento y disminución del clero de manera sinodal y corresponsable.
Fruto de ello fue la celebración, entre los años 1988 y 1993, del primer sínodo diocesano y el acuerdo de agrupar las 604 parroquias, entonces existentes, en 77 unidades pastorales (“relais”) con un consejo encargado de redactar un proyecto pastoral.
En enero de 1994 Albert Rouet, hasta entonces, obispo auxiliar en París, es nombrado titular de Poitiers en sustitución (por jubilación) de monseñor Joseph Rozier. Finalizada la celebración litúrgica de entrada en la diócesis, le entregan las Actas del Sínodo recién clausurado.
El nuevo obispo entiende que, antes de proceder a su aplicación, necesita conocer “in situ” el estado real de la diócesis. Esta inquietud le lleva a realizar una visita pastoral. En el transcurso de la misma se percata de que la remodelación que se piensa activar, al estar más preocupada por la estricta aplicación del código de derecho canónico que por la resolución de las urgencias pastorales, corre un alto riesgo de favorecer una reorganización clericalista ya que su referencia primera y última es el número (actual y previsible) de sacerdotes. Como consecuencia de ello, constata, se va a acabar condenando a su suerte a las pequeñas parroquias y se va a dar por buena una imperdonable hemorragia de personas y comunidades.
2.- Las claves de la renovación
Estas constataciones le llevan a proponer una renovación eclesial presidida no tanto por las previsiones de presbíteros o por las limitadas posibilidades pastorales que se abren a partir de una interpretación posibilista del derecho canónico, sino por la misión, la sinodalidad, la pertenencia responsable y corresponsable a las comunidades locales, la promoción de equipos pastorales de base y la potenciación de un nuevo modelo de presbítero en el que la dimensión cultual y litúrgica tenga su importancia, pero no el centro articulador en torno a la que giren las restantes.
2.1.- Una diócesis en estado de misión
En la diócesis de Poitiers, apunta el nuevo obispo, también ha irrumpido, a pesar de ser una región marcadamente rural, la secularización. Hace tiempo que ha desaparecido el cristianismo sociológico, extinguiéndose la tradicional correspondencia entre el número de habitantes y el número de católicos. La comunidad cristiana ya no es identificable con toda la población.
Por eso, es preciso asumir algo que comienza a ser bastante común en muchas diócesis de las grandes urbes: la Iglesia va camino de ser una minoría en una sociedad crecientemente pagana o, en todo caso, no cristiana. Esto quiere decir que nos encontramos en una situación de misión y que los servicios hasta ahora prestados por las actuales parroquias ya no garantizan una fe madura ni, incluso, su misma supervivencia ni la de la comunidad cristiana.
Pero, siendo importante percatarse y asumir esta nueva situación, lo es mucho más repensar cómo es posible ser cristianos y cómo es viable potenciar comunidades evangelizadoras en un mundo crecientemente secularizado. Es la primera de las tareas de toda renovación eclesial.
2.2.- Una diócesis sinodal
El funcionamiento sinodal y corresponsable está en el código genético de la Iglesia de todos los tiempos. Consecuentemente, ha de presidir todas las estructuras eclesiales y todos los proyectos de renovación y de reorganización pastoral. También, por supuesto, el que se pretenda activar en la diócesis de Poitiers. De ahí que el protagonismo de las parroquias y de todos los bautizados en el diseño de su propio futuro sea un criterio innegociable, aparcando cualquier lógica o procedimiento que la diluya o que la agüe. Por tanto, la sinodalidad es la forma de abordar todos los problemas que se avecinan y de hacer creíble la renovación eclesial.
2.3.- Comunidades locales y pertenencia corresponsable
Si, como suele ser habitual en muchos lugares, se confunde la Iglesia con una organización contingente (la parroquial), entonces la diócesis de Poitiers también acabará topándose más tarde o más temprano con los subterfugios a los que frecuentemente se recurre para conservar el modelo de Iglesia clerical del pasado y las estructuras que la han propiciado con la ayuda, por supuesto, de un código de derecho canónico interpretado “ad casum”: encontrar personas que sustituyan o “colaboren” con los sacerdotes; ser menos exigentes con los criterios que se han de exigir para la ordenación presbiteral (pudiendo ser suficiente la piedad); remodelaciones y unidades pastorales a la medida de las posibilidades del modelo latino de ministerio sacerdotal… La catástrofe previsible (ya sea a medio o a largo plazo) es más que evidente.
Si, por el contrario, se comprende que la desaparición de una estructura (aunque sea tan importante como la parroquia) no es la muerte de la Iglesia, sino una ocasión para la creatividad apostólica y misionera, es decir, para la renovación eclesial, entonces es muy posible que irrumpan, en medio de las indudables limitaciones, la esperanza y la confianza ante un futuro que invita -como en los tiempos de las primeras comunidades- a la esperanza.
La situación actual es de tal calibre, apunta seguidamente monseñor A. Rouet, que no sólo lleva a renunciar a las recetas pastorales de siempre (aunque estén avaladas por el derecho canónico), sino, sobre todo, a centrar la mirada en cómo se organizaban las primeras comunidades para realizar, a la luz de dicha manera de proceder, una lectura implicativa que puede (y debe) ser igualmente iluminada con la experiencia de otras iglesias contemporáneas (particularmente en África, Asia o en América latina). Tanto unas como otras, han sido (y son) comunidades con clara autoconciencia de ser corresponsables, misioneras y creativas, a pesar de contar para ello con poquísimos presbíteros. Son cientos de miles las comunidades cristianas que, a lo largo y ancho del mundo, se organizan de otra manera, muy diferente a la que actualmente impera en Europa.
De los países de misión llegan modelos de funcionamiento y organización muy diferentes al europeo. Existen, por ejemplo, diócesis con centenares de miles de habitantes y con menos de 30 sacerdotes e, incluso, con menos de 20. Y lo que es más sorprendente: estos presbíteros están aparentemente menos estresados que los de Francia y mucho más ilusionados que los de aquí. Y, a la vez, hay miles de cristianos que, en comunión con el sacerdote, animan comunidades vivas, comprometidas, nada acomplejadas ni abonadas a los lloriqueos y a los lamentos desesperanzados y por cuya cabeza no pasa decir que Cristo las ha abandonado a su suerte al no poder contar con la presencia permanente de un presbítero.
A la luz de estas experiencias y criterios, y teniendo presentes las líneas de fondo del Sínodo diocesano, el nuevo obispo propone impulsar las llamadas, a partir de entonces, “comunidades locales”. Se entienden por tal los grupos de cristianos que se reúnen para vivir el Evangelio, que van (y quieren ir) más allá de los encuentros dominicales u ocasionales para la celebración de funerales, bodas y otros eventos sacramentales. Y que, además, se adhieren a ellas de manera libre y responsable.
Por tanto, lo definitivo de estas “comunidades locales” no es la referencia a un territorio administrativo, sino la pertenencia libre y responsable a las mismas; la atención y el cuidado de los tres pilares fundamentales de toda comunidad cristiana (el anuncio de la fe o la evangelización, la oración en el Espíritu de Cristo o la liturgia y el servicio a la caridad y a la justicia) y la existencia de un equipo pastoral de base que, además de renovarse periódicamente, ejerce su ministerio o servicio en comunión con las restantes comunidades locales de la diócesis.
2.4.- La promoción de “equipos pastorales de base”
Este colectivo humano no sólo es identificable como Iglesia o comunidad cristiana porque anuncia la fe, reza en el Espíritu de Cristo y sirve al ser humano (particularmente a los más doloridos), sino precisamente porque dichos servicios se desempeñan en equipo, por un tiempo determinado, en comunión con la Iglesia universal (con encomienda del sucesor de los apóstoles que preside la iglesia local) y acompañados por un sacerdote.
Por tanto, si es incontestable, recuerda A. Rouet, que el “equipo pastoral de base” no es la comunidad local, sino su grupo animador, también lo es que, sin él, no hay comunidad local y que ha de estar formado por tres “ministerios reconocidos” (en consonancia con los tres pilares fundamentales de la Iglesia y de toda comunidad) y por dos “delegados” (de la economía y de la vida material y de la coordinación del equipo pastoral de base), todos ellos necesarios para su buen funcionamiento.
a.- Los ministerios laicales “instituidos”
Los tres ministerios laicales “instituidos” son los referidos al anuncio de la fe o la evangelización, a la oración en el Espíritu de Cristo y a la caridad y la justicia.
– El anuncio de la fe. Aquel a quien se le encomienda el anuncio de la fe sabe que su responsabilidad es bastante más que transmitir el catecismo a los niños. Le corresponde la evangelización de los jóvenes y de los adultos, el trabajo con los movimientos y, en general, todo lo referido al catecumenado y a la formación. Así entendida, se trata de una encomienda que sobrepasa las posibilidades de una sola persona. Por eso, su primera tarea consiste en invitar a otros miembros a corresponsabilizarse con él en el ministerio para el que ha sido propuesto y enviado. Después, en un momento posterior, habrá que repartir las tareas según su naturaleza (niños, adolescentes, adultos) y según las posibilidades de las personas disponibles (media hora, una, dos horas o lo que sea a la semana).
– La liturgia y la oración. A este ministerio le compete el cuidado del local y de los medios necesarios para la celebración de la fe, pero, sobre todo, la animación de la oración dominical. Como sucede con el ministerio dedicado al anuncio de la fe, una de sus primeras tareas también pasa por reunir y animar un equipo de personas que le ayuden en la encomienda recibida.
En las comunidades locales de Poitiers, a diferencia de lo que sucede en otras diócesis, se celebra el día del Señor todos los domingos del año, se cuente o no con la presencia de un presbítero. Son comunidades en las que se evitan las Asambleas Dominicales en Ausencia de Presbítero (las ADAP), habida cuenta de que no se reúnen “en ausencia” de un presbítero, sino para encontrarse con Cristo. Los hechos señalan, apunta A. Rouet, que los encuentros dominicales de los miembros de la comunidad local, con o sin sacerdote, están teniendo una buena acogida. Prueba de ello es que se está incrementando el número de comunidades que se reúnen dominicalmente en los últimos años.
Además de estas tareas fundamentales, hay otras derivadas en las que la creatividad de este ministerio adquiere una gran importancia. No son tareas menores, por ejemplo, tener abierta la Iglesia para que se pueda rezar o animar una (o varias) jornadas de oración en alguno de los seis monasterios de la diócesis, asociados a una iniciativa de este estilo.
– La caridad y la justicia. Finalmente, el ministerio de la caridad y de la justicia lleva a paliar la miseria y el sufrimiento. Cñaritas es uno de los rostros institucionales, importantes y más visibles, del servicio eclesial a los sufrientes y a los necesitados. Pero no es la única mediación ni agota las posibilidades de visibilización de dicho pilar eclesial. Junto al voluntariado y a los profesionales de esta institución es importante la promoción de los ministerios laicales de la caridad y de la justicia que sean la voz de las comunidades locales en el mundo más cercano de los pobres, de los que claman justicia, de los sufrientes, de los enfermos, de los ancianos, de los que viven solos y de todas aquellas personas que quedan fuera de los programas institucionales de reinserción. Y, a la vez, es igualmente decisivo que los ministerios laicales de la caridad y de la justicia sean la voz de estas personas y situaciones en el seno de las comunidades locales. No hay que descartar la posibilidad de que estos ministerios laicales no sólo acompañen a los enfermos, sino que, incluso, presidan (cuando se estime conveniente) la oración de la comunidad en los funerales. Normalmente, suele ser un servicio que es bastante bien aceptado si ha existido previamente relación con las familias afectadas. Y no lo es tanto cuando no ha habido trato con la persona fallecida o con su familia.
b.- Los delegados de economía y de la coordinación pastoral
Pero la comunidad local también ha de garantizar, para su buen funcionamiento, el servicio, por un lado, de la economía y de la vida material y, por otro, el de la coordinación del equipo pastoral de base. A quienes asumen estos servicios se les conoce como el “delegado (de la comunidad) para los asuntos económicos y materiales” (en el primero de los casos) y como el “delegado de pastoral” (en el segundo). Son dos personas que la comunidad local elige y nombra (sin necesidad de una encomienda por parte del obispo) y que forman parte del equipo pastoral de base.
3. La organización de los equipos pastorales
Los ministerios laicales son designados -siguiendo el libro de los Hechos- por el sucesor de los apóstoles (a propuesta de las comunidades locales y previa aprobación de sus candidatos por los consejos pastorales de arciprestazgo o de vicaría). Los dos “delegados” restantes son elegidos por cada comunidad local, siendo suficiente una ratificación posterior por parte del obispo.
Corresponde a cada ministerio laical, como se ha adelantado, formar su equipo de colaboradores. Esta manera de proceder está abierta a lo que se conoce en Poitiers como el “segundo círculo”, es decir, a atender las demandas de ayuda de aquellas personas que, estando cercanas al primer círculo (formado por la comunidad local con el equipo pastoral), se interesan por la fe (sin ser practicantes regulares) y que están dispuestas a colaborar más activamente, siempre que la comunidad local se lo pida.
El ministerio o servicio que prestan estas personas es voluntario y por un tiempo determinado: tres años renovables por otros tres. Nadie puede comprometerse por más de seis ni de manera indefinida o “de por vida”.
Como viene siendo habitual en las diferentes iglesias locales de Francia, el obispo (o un delegado suyo) entrega la misión pastoral a estos equipos pastorales en una celebración litúrgica que ha tenido la virtud de abrir un debate (de largo alcance) sobre la identidad de estos ministerios laicales: ¿simples colaboradores -en conformidad con el canon 517 & 2- del ministerio ordenado por penuria de sacerdotes? ¿Inicio -como sostiene, por ejemplo, B. Sesboüé- de una nueva forma de sacerdocio ministerial que va más allá de la mera “participación” en el ejercicio de las tareas pastorales del presbítero? ¿Puerta abierta (como propone F. Moog prolongando la vía facilitada en su día por J. – Y. M. Congar) a la superación del binomio sacerdotes-laicos en favor del de comunidad-ministerios?
4.- Un nuevo modelo de presbítero
A diferencia de en otros tiempos, en nuestros días se está pasando de una situación en la que los laicos giraban alrededor del presbítero a otra en la que el sacerdote se pone al servicio de las comunidades locales. Es otro indicador de la renovación eclesial en curso. Ello quiere decir que se necesita un modelo de sacerdote que ejerza y viva la presidencia de la comunidad cristiana de una manera más apostólica que la habida hasta ahora; que no sea clerical ni autoritario; que acompañe en la fe a un conjunto de comunidades locales con sus respectivos equipos pastorales de base; que cuide la comunión eclesial entre todas ellas y que recuerde permanentemente que la misión evangelizadora es la razón de ser y el corazón de todas y de cada una de las comunidades locales. Evidentemente, se trata de un sacerdote que ya no es el responsable primero y último de toda la trama organizativa y que, por tanto, no tiene por qué conocer, saber y proceder sobre cada uno de los detalles, dirigiéndolo todo. Por ello, puede atender debidamente lo que es esencial y propio de su misión apostólica: el crecimiento de la fe, el dinamismo misionero de los equipos pastorales de base y de las comunidades y la comunión entre todas ellas y con las demás realidades diocesanas.
Además, es un modo de ser sacerdote que vive el ministerio litúrgico en la importancia que realmente tiene, sin incurrir en la tentación sacramentalista a la que tan proclives son muchas espiritualidades triunfantes en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Las liturgias hermosas están bien, pero sin la preocupación por los demás o sin una praxis habitual y continuada de corresponsabilidad o sin el cuidado de la misión, son insuficientes. La activación de esta nueva articulación de la identidad y de la espiritualidad presbiteral lleva a que a los sacerdotes que no celebren -como sí sucede en Poitiers, a propuesta del obispo- más de tres misas cada fin de semana: una el sábado a la tarde y dos los domingos.
5.- Resultados espectaculares
Este proyecto es debatido, enmendado y aprobado por el Consejo presbiteral (21 de noviembre de 1994) y por el Consejo Pastoral Diocesano de Poitiers. A los diez meses de su aprobación, el 11 de septiembre de 1995, se crea la primera comunidad local. Un año más tarde, el 26 de septiembre de 1996, se reúne el grupo que se ha dado en llamar de los “12 sacerdote fundadores” y el 7 de diciembre de 1996 se encuentran los 25 primeros “delegados pastorales”. En junio de 1997 están en marcha unas 50 comunidades locales y en 1998 son ya un centenar. Entre 2001-2003 se celebra el segundo sínodo diocesano para leer los Hechos de los Apóstoles y mostrar su continuidad en la Iglesia de Poitiers. Es el acontecimiento eclesial en el que la diócesis asume el proyecto de las comunidades eclesiales y de los equipos pastorales. En enero de 2003 son ya 220 las comunidades locales en funcionamiento. Y diez años después de haberse dado el banderazo de salida (2004) ascienden a 273 las constituidas y a 265 las que están funcionando. Hay que reseñar que una buena parte de las que se quedaron en el camino fue porque tuvieron dificultades para renovar los equipos pastorales de base.
Lo más probable, pronosticaba monseñor A. Rouet en 1999, es que se abran unas 230 nuevas comunidades locales de base para el año 2010; año en el que la diócesis contará con unos 150 sacerdotes en activo y unos 60 diáconos. La realidad, sin embargo, ha superado las previsiones más optimistas: en 2010 la diócesis de Poitiers contaba con 200 curas, 45 diáconos y con unas 10.000 personas involucradas en las 320 comunidades locales.
6.- El “munus regendi” de los presbíteros (2010)
El 17 octubre de 2010 monseñor Albert Rouet firma el decreto por el que sustituye el sistema tradicional de las parroquias por el modelo organizativo experimentado durante los últimos años: las comunidades locales con sus equipos pastorales de base y la nueva manera de vivir y entender el ministerio ordenado. Un grupo de once sacerdotes (casi todos ellos menores de 50 años y con una edad media de 45) manifiestan el 19 de octubre de 2010 su disconformidad con dicho decreto:
1.- Entienden que el derecho canónico ha sido mal aplicado y vaciado de contenido con el fin de establecer una autoridad paralela en la Iglesia y supuestamente fundada en el sacerdocio bautismal de los fieles.
2.- Manifiestan que la tarea como “cura” queda diluida en una maraña de consejos de diferentes niveles, impidiendo que el sacerdote pueda ejercer libremente su responsabilidad de pastor (“munus regendi”), intrínsecamente vinculada al sacramento del orden que han recibido.
3.- Apuntan que se asiste a la desmovilización de los jóvenes aspirantes al sacerdocio (minando las vocaciones al mismo o facilitando su huida fuera de la diócesis) y al agotamiento de los sacerdotes (y también de los laicos) ya que, frecuentemente, acaban absorbidos en tareas organizativas internas que descuidan la evangelización, tan urgente en nuestros días.
4.- Declaran que la reforma activada está generando inevitables conflictos por la puesta en funcionamiento de un sistema que disuelve la verdadera responsabilidad, en particular, la de los presbíteros
5.- Y denuncian que se están promoviendo principios teológicos y eclesiológicos más que ambiguos, amenazando la plena comunión eclesial con la Santa Sede y con otras iglesias particulares.
Este recurso, presentado ante A. Rouet, es posteriormente elevado a la Congregación para el Clero y al Consejo Pontificio para la Interpretación de los Textos Legislativos. En un decreto, firmado por el cardenal-prefecto de la Congregación para el Clero, se suspende la ejecución del decreto diocesano “hasta que el Dicasterio tome una decisión al respecto” ya que las cuestiones planteadas sobre la “estructura global de la diócesis” y, en particular, sobre “la cura pastoral de los sacerdotes” se consideran “graves”. Otro tanto hace el Consejo Pontificio para la Interpretación de los Textos Legislativos. El 13 de febrero de 2011 Albert Rouet presenta, en cumplimiento de lo marcado por el código de derecho canónico, su dimisión por haber alcanzado los 75 años, sucediéndole en enero de 2012, monseñor Pascal Wintzer, hasta entonces su obispo auxiliar.
7.- El (estéril) retorno del clericalismo
Una de las primeras decisiones del nuevo arzobispo es aprobar un decreto en el que “vuelve a precisar” la misión de cada uno en conformidad con las “recomendaciones” remitidas por la curia vaticana y cuyos puntos más sobresalientes son los siguientes:
1.- La constitución de cada nueva parroquia se hará por decreto del arzobispo, después de haber escuchado al consejo presbiteral, quedando bajo la responsabilidad pastoral de un sacerdote que será el cura (“munus regendi”) de la misma. Otros sacerdotes podrán ayudarle como vicarios (CIC 545) e, incluso, diáconos o laicos, pero según el derecho.
2.- Cada parroquia estará dotada de un consejo pastoral parroquial (CIC 536) y de un consejo parroquial para los asuntos económicos (CIC 537) que serán presididos por el cura, siendo este último su único representante, además de responsable de sus bienes (CIC 532)
3.- Las parroquias estarán formadas por las comunidades locales, animadas por personas enviadas por el cura y que tendrán como misión velar, bajo la autoridad del cura, del anuncio de la fe, de la oración y de la caridad
En conclusión
La crisis provocada por el requerimiento de estos once sacerdotes jóvenes ante las instancias vaticanas para que se preservara su “munus regendi” (en definitiva, su poder), no sólo evidencia las enormes carencias teológicas, espirituales y la falta de entrañas pastorales de quienes, a veces, son propuestos (solo por su juventud) como un (mal) ejemplo a seguir, sino, sobre todo, la improcedencia de aplicar el código de derecho canónico al margen de su adecuada referencia interpretativa: el Vaticano II y el “bien espiritual de los fieles”.
Evidentemente, para que ello sea viable es imprescindible encontrarse con obispos que entiendan su ministerio, como así lo ha sido durante mucho tiempo (y también en el caso de A. Rouet), en términos de relación matrimonial con la diócesis que presiden, y no como trampolín para conseguir otros objetivos, no siempre confesables. Frecuentemente, el “carrerismo”, denunciado por el Papa Francisco, les impide abordar con la lucidez y pasión requeridas los problemas y acompañar, como se merecen, a los laicos, laicas, sacerdotes, religiosos y religiosas que hace tiempo que ya se han percatado de la esterilidad de aplicar el código de derecho canónico en situaciones altamente secularizadas. Es inaplazable promover obispos con entrañas pastorales y, por ello, dispuestos a pagar el precio que supone ser más fieles al Vaticano II y a las exigencias pastorales que a las propias aspiraciones personales o a la legislación canónica, cada día más obsoleta. Sólo con ellos tienen un futuro esperanzador la Iglesia y las comunidades cristianas, sencillamente, porque es su liderazgo es determinante.
Y también sacerdotes que ensayen (con sus respectivas comunidades, por débiles y avejentadas que puedan estar) el inédito viable activado en Poitiers, incluso al precio de tener que escuchar la acusación de “ir por libre” o de no atender debidamente las directrices diocesanas. Estas personas (más carismáticas que institucionales) casi siempre han salvado a la comunidad cristiana de la insignificancia y de su disolución, a pesar de mantener frecuentemente unas complicadas relaciones con lo institucional. No está de más recordar que, curiosa y sorprendentemente, el carisma, además de insuflar esperanza a lo pequeño y débil, ha acabado siendo casi siempre -por su implantación evangélica- la tabla de salvación de lo institucional y hasta de las personas que han criticado su “espontaneismo”, creatividad, indisciplina y un supuesto (para nada, fundado) “desafecto”.
De: Noticias Internacionales
Instituto Bartolomé de las Casas
Coordina: Cecilia Tovar
31 de julio al 7 de agosto de 2017
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